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El diccionario es un panteón de hombres ilustres, un lugar donde muchos encuentran la inmortalidad, unas veces por méritos propios, otras como homenaje y, en muchos casos, hasta sin proponérselo. Que el diccionario te proporciona la inmortalidad no lo digo yo, lo dice el mismísimo Homero.
En la Odisea narra cómo a Aquiles, el héroe griego, los dioses le propusieron el siguiente trato: podía combatir en Troya, donde moriría joven, pero su fama sería eterna; o quedarse en casa, llevar una vida normal, morir de viejo y ser olvidado por todos. Aquiles, por supuesto, eligió la inmortalidad.
Para un griego, la inmortalidad consistía en que su nombre se pronunciara de generación en generación. Y no estaba al alcance de cualquiera. Se necesitaba tener a los dioses de tu parte, un valor a prueba de flechas y un desprecio absoluto por la vida.
Se dice que Alejandro Magno quería imitar a Aquiles y que todas sus gestas no eran más que un intento de perpetuar su nombre. Plutarco, a propósito de esto, cuenta una historia curiosa: dice que el 21 de julio del año 356 a. C, el mismo día, y acaso a la misma hora, en que nacía Alejandro, ardía en Éfeso el templo de Artemisa, una de las siete maravillas del mundo antiguo. Los guardias detuvieron, como autor del incendio, a un muchacho que se entregó de buena voluntad.
A Artajerjes, rey de Éfeso, que el pirómano se entregara le pareció sospechoso y creyó que tras el incendio se escondía un acto de terrorismo. Pero no. Por más que lo martirizaron solo le sacaron una confesión: había quemado el templo para que su nombre pasara a la posteridad. El rey, como castigo, prohibió que nadie escribiera o pronunciara su nombre.
No obstante, tiempo después, algún historiador chismoso contó que el muchacho se llamaba Eróstrato y, de este modo, nuestros diccionarios, desde principios del siglo XX recogen la palabra erostratismo como “manía que lleva a cometer actos delictivos para conseguir renombre”. Así, podemos decir que fue un ataque de erostratismo lo que llevó a un maníaco a matar a John Lennon, por ejemplo. Y nosotros, como Artajerjes, preferimos callar su nombre.
Esto que hemos contado ocurrió casi cuatrocientos años antes de nuestra era; no obstante, nuestra lengua se sigue enriqueciendo con vocablos que son puro homenaje, epónimos que en muchas ocasiones ni siquiera sabe el gran público que esconden una historia fascinante, una biografía.
El último y más célebre es la palabra Bluetooth que, aunque aún no está en nuestro diccionario, no tardará mucho.
Esta es su historia.
Resulta que en 1996, la empresa de telecomunicaciones Intel tenía que bautizar a su nuevo invento y no sabía qué nombre darle. Buscaban, por supuesto, algo que sonara a tecnología punta y, a ser posible, en inglés, pero todos los nombres que proponían o estaban pillados o les resultaban ridículos. Y, mira por donde, uno de sus ingenieros, llamado Jim Kardach, que por aquel entonces estaba leyendo una novela sobre los vikingos – The Long Ships, del escritor sueco Frans G. Bengtsson, para los más curiosos -, propuso el nombre de Bluetooth, que es el apodo de un rey de Dinamarca y Noruega a finales del primer milenio y al que se le atribuye la unión en un solo reino cristiano de las diferentes tribus danesas. Esa fue la excusa que puso el ingeniero: «El rey Harald Bluetooth fue célebre por unir Escandinavia de la misma manera en que nosotros intentamos unir las industrias del PC y de los dispositivos celulares [móviles] con un enlace sin cable de corto alcance».
Y coló. Vaya si coló.
Hoy, aunque, como he dicho, aún no se ha españolizado ni entrado en el diccionario, es una de las palabras más pronunciadas en todo el mundo. Y de esta forma tan azarosa, el viejo rey Bluetooth – cuyo nombre, en realidad, significa diente azul, porque, según cuenta la leyenda, el rey debía tener un diente cariado -, se ha ganado esa inmortalidad que obsesionó a Aquiles a Alejandro y al desquiciado de Eróstrato, la vanagloria de estar en boca de todo el mundo.
Este artículo forma parte de la sección Te Tomo La Palabra que semanalmente comparto en el programa Gente Corriente de Canal Extremadura Radio. Puedes escucharlo aquí.