Podemos usar la palabra ATLAS para referirnos a varias cosas:
- Un libro de mapas,
- una colección de láminas,
- una vértebra humana,
- un tipo de estatua,
- un orden arquitectónico,
- una montaña,
- un océano.
Siete acepciones para una sola palabra que tiene como origen la pregunta que los antiguos debieron hacerse al mirar la bóveda del cielo: ¿y esto cómo diablos se sostiene?
No es una pregunta baladí. Si todo edificio necesita un pilar en el que sustentarse, el edificio del universo no podía ser menos. Hesíodo lo explica en su Teogonía, escrita 700 años antes de Cristo. Según él, hubo una guerra entre titanes y dioses de la que los primeros salieron perdedores. Zeus, el gran triunfador, envió a los titanes al Tártaro, es decir, al inframundo. A todos, menos a los cabecillas de la revuelta. A los hermanos Prometeo y Atlas. Al primero lo ató a una roca e hizo aparecer cada mañana un buitre para que le comiera el hígado, que le nacía al día siguiente. A Atlas se le condenó a soportar los cielos sobre sus hombros.
Atlas queda así convertido en el pilar que sostiene el edificio del universo, un pilar que tenía la base entre el estrecho de Gibraltar y el África, y que separaba el mar Mediterráneo con la otra porción de agua que los antiguos llamaron en su honor océano atlántico. Frente a Gibraltar estaba la famosísima isla de Atlántida de la que habla Platón.
LAS MÚLTIPLES VIDAS DE ATLAS
Este mito es la respuesta a la pregunta que nuestros antepasados se formularon mirando el cielo, pero también responde a la cuestión de porqué en nuestra lengua se llama atlante a las “estatuas de hombres que en lugar de columnas se ponen en el orden, que por esta razón se llama atlántico, y sustentan sobre sus hombros o cabeza los arquitrabes de las obras”, definición que en 1786 le da Terreros y Pando en su Diccionario castellano de las voces de ciencia y artes.
También se llamó atlante, por extensión, a “hombres valerosos o sabios, que mantienen la República, tomándolo de la alusión a la fábula, que decía que Atlante mantenía al cielo en sus hombros”, en palabras de Terreros. Por extensión, en anatomía se le dio el nombre de atlas a la primera vértebra humana, la que soporta el peso de la cabeza y que, figuradamente, nos hace pensar en un Atlas sosteniendo el peso del mundo.
Los filósofos cristianos trataron de explicar el mito de Atlas de modo racional, y así en la General Estoria de Alfonso X el Sabio, escrito hacia 1230, vemos al personaje convertido en un rey vinculado a España y África, con fama de ser el más sabio astrólogo de su generación. De esta manera, para el rey Alfonso lo de sostener el cielo sobre sus hombros no sería más que una metáfora de los impresionantes conocimientos astrológicos adquiridos por el soberano.
Así, cuando la RAE define por primera vez la palabra atlante en el Autoridades de 1726 dice que se introdujo esta voz “con alusión a la fábula de Atlante, rey de Mauritania, que los antiguos fingieron haber sustentado sobre sus hombros el cielo, para significar el mucho conocimiento que tuvo el curso del sol, luna y estrellas”.
Este empeño de dar una explicación racional a los mitos recibe en español el nombre de evemerismo, que también es un epónimo, en honor al escritor griego del siglo III a. C. Evémero de Mesina, que ya por entonces trató de convencer a su contemporáneos de que los dioses fueron personajes históricos a los que el tiempo y la imaginación popular fue agrandando con milagrerías.
La palabra evemerismo la recogen varios diccionarios extraacadémicos del siglo XIX. El RAE nunca le ha dado cobertura.
El ATLAS COMO MAPAMUNDI
El caso es que el prestigio del mito de Atlas nunca decreció. Por eso no es de extrañar que, cuando en el siglo XVI, el geógrafo, matemático y cartógrafo flamenco, Gerard Kremer, 1512-1594, también conocido como Gerardus Mercator, busca una imagen para su libro sobre cosmografía, se decida por un Atlas soportando la bóveda celeste y ponga por título a su obra Atlas, o meditaciones cosmográficas sobre la creación del universo y el universo en tanto creación.
La obra de Mercator, publicada en tres tomos, tuvo tan buena fortuna, que al poco ya se había extendido la expresión por toda Europa recibiendo el nombre de atlas, en primer lugar, los libros de género cosmográficos, pero pasando, poco después, a cualquier colección de láminas o asuntos diversos. Así lo mismo podemos hablar de atlas lingüísticos que de atlas culinarios o atlas musicales.
En el sentido de atlas como colección de mapas se documenta en España al menos desde el libro Breve descripción del mundo, escrito en 1686 por Sebastián Fernández de Medrano. El primer diccionario de lengua española que concede esta acepción a la voz fue el Autoridades de 1770, definiéndola de este modo tan elegante: “El libro que contiene mapas de varios reynos y provincias”.
Atlas nació como respuesta para luego convertirse en una palabra familiar, en libro que acompañó a varias generaciones en las explicaciones que el profesor de geografía daba para hacernos asequible el mundo. Sin embargo, la pregunta sigue intacta. ¿Y esto cómo diablos se sostiene?
Puedes escuchar este episodio de Te tomo la palabra (en Gente Corriente de Canal Extremadura) pinchando aquí.