AMÉRICA, ETIMOLOGÍA DEL NUEVO MUNDO

AMÉRICA: nombre tomado del navegante florentino Américo Vespucio, Florencia, 9 de marzo de 1451; Sevilla, 22 de febrero de 1512. Pero este es un dato que está al alcance de cualquiera. La gran pregunta es: por qué llamar América y no Colombia, como pide la lógica y la justicia, a una tierra descubierta con tanto sacrificio por Cristóbal Colón.

El primero en denunciar tal atropello fue Bartolomé de Las Casas en su Destrucción de las Indias, (1542), donde clama contra «la injusticia y agravio que aquel Américo Vespucio parece haber hecho al Almirante, atribuyendo a sí, o no nombrando sino a sí solo, el descubrimiento de estas Indias». Luego la historia se ha encargado de demostrar que Las Casas se equivocaba, que ni Vespucio conspiró contra Colón ni nada tuvo que ver en la denominación del descubrimiento. Es más, parece ser que entre los dos navegantes hubo siempre no sólo cordiales relaciones sino que el propio Colón, en sus memorias, se lamenta de la mala fortuna de Vespucio llamándole «muy hombre de bien y desgraciado, á quien no habían aprovechado sus trabajos».
Lo que subyace debajo de este desaguisado es la tremenda catarsis que el descubrimiento de las nuevas tierras significó para la encorsetada, pétrea concepción que los hombres tenían del mundo. Hasta ese instante no cabía la menor duda de que Dios había puesto una porción de tierra, más o menos grande, a disposición de la raza humana -Asia, África, Europa- que por algún motivo incierto rodeó de agua. Era lo que se conocía como Universo o como el Mundo – entonces no existía ni cabía la distinción entre Nuevo y Viejo Mundo, porque solo había uno, el que Dios había entregado a Adán. Pensar otra cosa resultaba peligroso y herético. En estas llega Colón y hace pie sobre tierras de las que no existían noticias, y viene a complicarlo todo. Aún así, para las ortodoxas cabezas pensantes de la época, el descubrimiento no fue motivo de duda ni vacilación: aquellos podían ser terrenos inexplorados, sí, pero pertenecientes al universo bíblico. Para apoyar sus teorías citaban a Tolomeo, Aristóteles, Lactancio y al mismo San Agustín, los cuales habían dicho que «más allá de la línea equinoccial y hacia el mediodía no hay tierra habitada, sólo mar, al cual han llamado Atlántico». Y no iban a saber más acerca de los designios divino y de geografía universal los navegantes y cartógrafos modernos que todo un Aristóteles y un Padre de la Iglesia.
Justo por eso, porque estaba en juego una seria, trascendental y teológica concepción sobre qué es lo que se había descubierto y como iba a afectar al sistema político y religioso establecido, no había quien pusiera de acuerdo a las partes implicadas, es decir, a Iglesia, a los Reyes -en especial a los de España y Portugal- a los científicos y a los navegantes. Los castellanos empezaron a llamar a la cosa «Indias Orientales» o «La gran Tierra del Sur» mientras que los portugueses preferían llamarla «Vera Cruz» o «Tierra Santa Cruz» y en otros documentos podemos encontrar los nombres de «Tierra de Loros», «Nueva India» o «Tierra del Brasil». Un caos.
Fue Américo Vespucio quien, en unas cartas escritas a Lorenzo di Pierfrancesco, habla, por vez primera, de un Mundus Novus, un mundo nuevo, que contravenía las leyes de la lógica y de la historia cristiana. Estas cartas, fabulosas y cargadas de incorrecciones, pero que hablaban de aventuras, tierras maravillosas, esfuerzos titánicos, corrían, como es fácil comprender, de mano en mano por una Europa fascinada ante la novedad, ávida de todo cuando proviniese de aquel mundo lejano y exótico, tal como nos ocurriría hoy día a nosotros mismo si nuestros astronautas descubrieran vida en un planeta cercano. De este modo, las cartas de Américo fueron a parar a la imprenta francesa de Saint-Dié-des Vosges, donde los editores, con buen criterio empresarial decidieron sacarlas a la luz en formato libro, bajo el título de Cuatro viajes de Américo. Y de nuevo a los editores se les volvió a plantear el dilema de cómo llamar a la dichosa tierra descubierta. Después de mucho cavilar, decidieron -y así lo cuentan en el capítulo IX del libro, que salió a la luz el 25 de abril de 1507-, que, puesto que en el Viejo Mundo los continentes tienen nombre de mujer, al Nuevo Mundo también habría que ponerle un nombre femenino y proponen llamarle América, en honor al autor del libro. A uno de los editores, Martin Waldseemüller, que ejercía también como cartógrafo y dibujante, le cupo el honor de estampar, en uno de los mapas que ilustraban el libro, el nombre de América, para denominar a esta novísima porción de mundo. Esa fue la primera vez en la historia, y lo hizo con tan buen pie que, a pesar de los esfuerzos de los que preferían el nombre de Colombia, en unos pocos de años ya había calado en la mente y en la lengua de todos.
En conclusión, podemos decir que la originalidad de Vespucio se basa en dos puntos fundamentales: en que fue el primero que llamó «Nuevo Mundo» y «continente» a lo que hasta entonces se creía que eran las Indias Orientales o las inmediaciones de Catay y, por otra parte, fue el primero en proponer la existencia de las antípodas, en oposición a las viejas y canónicas ideas sobre el diseño del mundo y el finis terrae.
No me resisto a pasar por alto la curiosa paradoja que señala Edmundo O’ Gorman en La invención de América: «Colón, dice Edmundo, emprendió su cuarto viaje convencido de que iba a demostrar la existencia de dos mundos y regresó con la idea de que solo había uno, mientras que Vespucio inició su tercer viaje con el propósito de demostrar que solo había un mundo y volvió con la idea de un Nuevo Mundo bajo el brazo». A menudo la vida se divierte gastándonos estas bromas de mal gusto.
De mi libro Nombres con nombre

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