Los griegos consideraban como presagio de muerte el que una persona soñase que se estaba viendo reflejada en las aguas de un río. Temían que los espíritus de las aguas pudieran arrastrar la imagen reflejada de la persona, o alma, bajo el agua, dejándola así “desalmada” y lista para morir.1
En la Grecia antigua, si se había supuesto erróneamente que un hombre ausente había muerto y se le habían hecho los ritos fúnebres, a su vuelta era tratado como muerto para la sociedad hasta que hubiera pasado por la ceremonia de nacer otra vez. Le hacían pasar por la entrepierna de una mujer y después le lavaban y vestían con mantillas y le entregaban a una nodriza. Hasta que no se ejecutaba con todo detalle la ceremonia, no podía relacionarse libremente con al gente. 2
La costumbre general de los griegos era sepultar a los caídos en el mismo campo de batalla. Tucídides, en su Guerra del Peloponeso, Libro II lo explica así:
“Para la celebración de los funerales de los primeros muertos de la guerra se instala una tienda en la que durante tres días se exponen los huesos de los difuntos y cada persona lleva al suyo la ofrenda que quiere. Cuando tiene lugar la conducción, unos carros transportan féretros, uno por cada tribu, los huesos están en el féretro de la tribu a la que cada uno pertenecía. Sigue luego una litera vacía, con su cortejo fúnebre, en honor de los desaparecidos que no han podido ser hallados al levantar los cadáveres para el sepelio. Todos los que lo desean, tanto ciudadanos como extranjeros, pueden participar en el cortejo, y las mujeres de la familia está n presentes en el entierro profiriendo sus lamentaciones. Los depositan luego en el sepulcro público, que está situado en el más bello arrabal de la ciudad y en el que siempre han enterrado a los que han muerto en la guerra, excepción hecha de los de Maratón; a aquéllos, en atención a su valor excepcional, les dieron sepultura en el mismo lugar de la batalla. Y cuando los han cubierto de tierra, un orador designado por la ciudad, que sea considerado hombre de no escasa inteligencia y que sobresalga por su reputación, pronuncia en su honor un elogio adecuado; y, después de esto, se retiran”.
Entre los tesalios, macedonios y persas era costumbre, aparte de que las personas se rasuraran el cabello en señal de luto, cortar las crines a los caballos.
Al mirto se le suponían poderes purificadores y se usaba en las lustraciones. Además, estaba en íntima relación con el culto a los muertos.
En la antigua Grecia la costumbre era hacer los ataúdes de madera de cedro o ciprés.
Se suponía que el difunto debía cruzar la laguna Estigia, llevados en la barca por Caronte, que exigía el pago de una moneda. De ahí la costumbre de colocar una moneda en la boca a los muertos.
Según la ley ateniense, la viuda, a la muerte del marido, era depositaria del patrimonio, pero no heredera del mismo. La herencia pasaba directamente a los hijos legítimos del matrimonio, si los habría; de lo contrario, a los hermanos o parientes del marido
Cuando una mujer moría durante el parto, sus mejores ropas se llevaban como ofrendas al templo de Atenea. Así está recogido en Ifigenia entre los Tauros, de Eurípides. 1450/70
El que muere fulminado por el rayo es enterrado de forma distinta, en sagrado, por ser el rayo el símbolo de Zeus. Así en Las suplicantes, Eurípides.
En la tumba de un ser querido era un gesto habitual echar un mechón del cabello propio como símbolo de luto y de respeto. ELECTRA, Eurípides.
También en Roma las cremaciones o enterramientos de cadáveres se realizaban por imperativo legal fuera del recinto de la ciudad. Una de las leyes de las XII Tablas decía hominem mortuum in urben ne sepelito neve urito.
Eufemismos poéticos griegos para referirse a la muerte:
.- Las Ceres (Eurípides. Heracles, verso 480)
.-Las profundidades umbrosas de Hades y de Core . (Eurípides. Heracles, verso 609)
.- Cruzar el Aqueronte (rio que han de cruzar las almas para llegar al reino de los muertos)
.- Morada subterránea de Plutón (Eurípides. Heracles, verso 809)
.- Ocultarse bajo tierra a través de las mortecinas luces del Erebo (Helena, de Eurípides. Vv 520)
1. Frazer, La rama dorada
2. Frazer, La rama dorada