.- Alfanhuí llega a Madrid y queda fascinado por el espectáculo de un incendio. El fuego devora un edificio ante los ojos llenos de asombro del numeroso público. Pero, cuando aparecen los bomberos, con tanto ruido, con sus trajes impecables y con el alboroto de sus sirenas y mangueras, la gente se olvida de las llamas y aplaude el trabajo heroico de los caballeros rojos. El fuego, ese gran vanidoso, que en realidad lo que pretende es llamar la atención sobre sus artificios, cuando se siente ignorado, con gran decepción, recoge sus lenguas y desaparece, para mayor gloria de los bomberos. ¿Qué creen ustedes que significa toda esta metáfora del incendio en la excelente obra de Sánchez Ferlosio? – los alumnos me miraron con ojos inquietos. Arrojé la pregunta sobre una chica de aspecto dulce y de mirada miope que parecía prestar particular atención a mis palabras.
.- No sabría qué decir…, prefiero no hablar sobre el fuego,
.- ¿Y eso?
.- Es que a mí el fuego me enciende…
Tras los cristales pulcros de sus diminutas gafas volaba un reverbero de picardía. Sonrió, casi triste, y dejó al descubierto sus dientes deslucidos, en los que se leía una salud precaria, glotona de jarabes y pastillas. Los alumnos llenaron la clase de un alboroto de gallinero. Carcajadas. Descontrol. Toda la clase se vino al traste. Gracias a Dios, apareció el conserje. Asomó la cabeza por entre la puerta. Los chicos bajaron la guardia un momento y pude oír que el hombre me decía:
.- Don Alonso, que dice el director que le espera en su despacho.
.- Dígale que ahora mismo voy para allá.
Hay hombres que silban cuando orinan y hombres que se lo creen todo; hombres ingenuos que viven con la ilusión de que un día la vida les pondrá en su sitio. Yo soy de los que esperan. De los que contienen el aliento. Yo soy de los que miran hacia dentro y no les gusta lo que ven.
De El El sueño de Cintia