Nada ayuda tanto a relativizar la inteligencia humana como un aparato de televisión abierto en canal. Al menos a mí me ocurre. Veo los interiores de una televisión y no deja de maravillarme la cantidad de talentos que han debido aunarse para que de esos hierros, cables, fusibles, bombillas y antenas nazca una imagen que se mueva y hable como Dios manda. Luego resulta que enciendes el aparato y te sale Jorge Javier Vázquez en bermudas y zapatillitas a juego con su color de ojos y es cuando comienzas a relativizar. Yo no digo que no vaya divino de la muerte, pero ante tal aparición ya no te preguntas ¿cómo funciona esto?, sino ¿y para esto tanto?
Supongo que a los neurocirujanos les debe pasar algo similar cuando enredan en el interior de un cerebro. Tantas neuronas, tantos lóbulos y tanta mandanga para que luego la gente acabe metida en una fuente tras un partido de fútbol. Para eso casi mejor haberse pedido muerte.
Aunque he leído recientemente las declaraciones que a la prensa hace un tal Robert Lanza, científico americano, asegurando que la muerte tampoco soluciona nada puesto que no existe. A su parecer, la muerte no es más que un producto de nuestra mente, lo que quiere decir, si no lo interpreto mal, que morir es solo pensar en la muerte, que el que caduca, adiós muy buenas, es el cuerpo, pero que nuestro espíritu sigue por ahí, a su aire, transmutándose en flor o en perro, según le coja el cuerpo.
No sé, pero a mí me da que irse a nacer tan lejos y estudiar tanto como ha debido estudiar este señor para acabar diciendo semejantes cosas me parece un gasto de energías que debería estar multado por algún organismo oficial, sobre todo porque eso se viene diciendo desde Pitágoras sin ningún éxito de crítica ni de público. Pero es que hay gente a la que le da igual lo que le digan. Como Felipe González, que ya le puedes repetir una y mil veces que su discurso no es de izquierdas, que a él por un oído le entra y por otro le sale, convertido en acciones de Fenosa.
Con ciertos pensadores extranjeros pasa como con las canciones de los famosos del rock, que es preferible no traducirlas para no perderles la fe, que una vez traducidas te das cuenta de que llevas años cantando a King África.
Yo, con perdón, tengo para mí que nadie, por muy extranjero o muy científico o muy Papa que se sea, tiene la menor idea de qué nos espera una vez que morimos. Por eso cada uno es muy quien de decir y de pensar lo que le viene en gana, con la certeza de que por muy grande que sea la burrada que digas ya la habrá dicho antes algún filósofo griego o un científico americano.
A mí me gusta pensar que no hay más vida que este vivir ensimismado que nos traemos entre manos y que una vez agotado este llamarse Andrés o Elena o Florián, se acabó lo que se daba. Como una tele sin fusibles. Prefiero imaginarme un final rotundo y definitivo que no la tontería esa de la transmigración de las almas. Con mi suerte, yo acabaría convirtiéndome en borrego, de borrego en hilo, de hilo en pantalón y de pantalón en bermuda del Jorge Javier Vázquez. Un infierno.
Publicado en el diario HOY el sábado 31 de mayo del 2014