Agar e Ismael en el desierto |
AGARENO: Llamar a alguien agareno es tanto como decirle árabe, sarraceno o muslime, aunque, la verdad, la verdad, es que agareno son, o deberían ser, únicamente los descendientes de Agar, madre de Ismael, esclava de Abrahám. Así consta en todos los diccionarios de español desde la edición de 1770 hasta la actual. Pero qué extraordinaria historia debió encerrar una humilde esclava para que su nombre sobreviva a tantos siglos de historia. Veámosla.
Por lo pronto, descubrimos que la humilde esclava no era tan humilde ni tan esclava, o al menos así les gusta contarla a los árabes. Según una tradición arábiga, Agar fue hija del rey de Menfis, que había sido vencido por los sirios, los cuales vendieron a Agar al rey de Egipto, que la donó a Sara, esposa de Abrahám en una ocasión que el patriarca israelí le hacía una visita. Con el regalo Abrahám y su gente volvieron a Palestina, donde, vaya por Dios, Sara, mujer legítima de Abrahám, veía pasar los años sin engendrar ningún hijo. Un día se acercó a su marido y le dijo: “puesto que el Señor me ha hecho estéril, te entrego a Agar, para ver si a lo menos engendro a través de ella”. Y, en efecto, Agar quedó embarazada. Entonces a Sara la poseyeron los celos y Agar decidió poner tierra por medio. Mucha tierra. Tanta como un desierto. Y fue estando en el desierto que se le apareció un ángel y le dijo: “vuélvete a tu señora y humíllate debajo de su mano. Estoy dispuesto a hacer que se multiplique sobremanera tu posteridad, por manera que no se pueda contar su número. Porque has de saber que tendrás un hijo al que llamarás Ismael (el que hizo oír al Señor) porque Dios ha escuchado tu aflicción. Éste será un hombre de mucha bravura, contra el cual se dirigirán las manos de todos y él contra todos dirigirá las suyas”. Y como no era cuestión de llevarle la contraria a un ángel, Agar se volvió con Abraham. Allí tuvo su hijo, al que, como no podía ser de otra manera, pusieron de nombre Ismael.
Para Abraham, aquel muchacho no sólo era su primogénito, sino la seguridad de que a su muerte no se extinguiría su estirpe. Lo más importante para un hombre de la época. Tan importante que los celos mordieron a Sara con más rabia que en la anterior ocasión, solo que esta vez Dios no iba a dejar que la escena se repitiera y envió de nuevo al ángel. El mensajero se apareció ante Sara y ni corto ni perezoso le dijo que de su vientre nacería Isaac, a pesar de que Abrahám tenía ya cien años y Sara noventa. El reto no era fácil pero tampoco el Señor de aquellos tiempos era de los que se asustaban por un problema de obstetricia. De modo que fue dicho y hecho. Nació un niño y le llamaron Isaac.
Ismael acababa de cumplir trece años. Con un hijo propio en el haber de Sara, Agar comprendió que su papeleta se complicaba. Y no le faltaba razón, sobre todo cuando Sara se fue ante su marido y le puso la siguiente disyuntiva: elige, o ellos o nosotros. Y Abraham, que a la sazón no debía estar para muchas discusiones, se llevó a Agar y a Ismael al desierto, donde, de nuevo, se volvió a aparecer el ángel del Señor y le dijo: ¿Adónde llevas esa mujer y ese niño? Abraham respondió: Los alejo de Sara. Y el ángel, que no era tonto, entendió la situación y le echó un cable: Anda, llévalos al recinto consagrado a Dios (Meca o Macorraba), al lugar que llaman la Caaba. Y así lo hizo Abrahám. La Caaba es un nombre cargado de sonoridad y promesas pero a la sazón no era sino un desierto, un páramo sin agua ni comida ni modo alguno de que la madre y el niño sobrevivieran, pero Abraham debió decirse que cuando el Señor así lo había dispuesto Él se sabría sus cuentas, y, dejando a su hijo y a Agar en aquel desierto con un par de fiambreras y unos tragos de agua, regresó con Sara, suponemos que con la conciencia limpia, ya que, después de todo, él sólo cumplía las órdenes de un superior.
Mientras tanto, Agar e Ismael, no tardaron mucho en consumir las provisiones que les dejara Abraham. Desesperada, Agar fue a ver si encontraba un modo de sobrevivir. Ismael, en un ataque de rabia y desesperación, dio un zapatazo en el suelo y brotó, milagrosamente, un chorro de agua dulce, que desde entonces se dio a conocer como el pozo de Zemzen. A partir de ese milagro, los moradores de los distritos cercanos, agradecidos a la madre y al hijo, se hicieron cargo de ambos, hasta que Ismael se hizo hombre y Agar murió, queremos creer que anciana, libre y haciendo un corte de mangas al recuerdo de Sara.
Portada del Cordero en la Real Basílica de San Isidoro de León |
Entre los autores españoles encontramos esta palabra por primera vez en San Isidoro, contemporáneo de Mahoma, y después se hará muy común entre los cronistas medievales para referirse a los árabes que poseyeron a España. Pero ¿cómo era Agar? ¿De qué color sus ojos, su pelo, a qué perfume de otros mundos debía oler su aliento para que todo un patriarca se enamorara así de ella y todo un dios la eligiera como vientre inaugural de una nueva religión? No es fácil hacerse una idea, pero, para aquellos que sientan curiosidad sobre el asunto, la próxima vez que vayan a León, pónganse delante de los relieves que cubren el tímpano de la Portada del Cordero de la Real Basílica de San Isidoro y observarán que allí está representada la historia del sacrificio de Abraham. En un lado verán, severa, conservadora y firme, como corresponde a una esposa de ley, a Sara. A Isaac lo vemos en dos escenas, primeramente sobre el asno y después en el momento más dramático, cuando su padre está a punto del sacrificio. Vemos también la mano de Dios y al ángel deteniendo el crimen. Luego está un joven disparando un dardo sin desmontar del caballo bajo la mirada atenta de una mujer. Esta mujer, según dicen los expertos, es Agar, y el del dardo, Ismael, su amado hijo.
De mi libro Nombres con nombre