AFORISMOS DE CIORAN

CIORAN
Historia y utopía
La patria no es más que un campamento en el desierto.
No sé si debo admirar o despreciar a aquel que, antes de los treinta años, no ha padecido la fascinación de todas las formas de extremismo, o si debo considerarlo como un santo o un cadáver.
Dale a los jóvenes la esperanza o la ocasión de una masacre y te seguirán a ciegas.
¿De qué sirve ser conocido si antaño no lo fue uno de tal sabio o  de tal loco, de un Marco Aurelio o de un Nerón? No habremos existido nunca para tantos de nuestros ídolos, nuestro nombre no habrá perturbado a nadie de los siglos anteriores, ¿qué importan los que vienen después?, ¿qué importa el futuro, esa mitad del tiempo, para quien enloquece por la eternidad?
Las libertades sólo prosperan en un cuerpo social enfermo: tolerancia e impotencia son sinónimos. Esto es tan patente en política como en todo. Cuando comprendí esta verdad, la tierra se me abrió bajo los pies.
Quien no haya conocido la tentación de ser el primero en la ciudad, no comprenderá el juego de la política, de la voluntad de someter a los otros para convertirlos en objetos, ni adivinará cuáles con los elementos que conforman el arte del desprecio.
Nacimos para existir, no para conocer; para ser, no para afirmarnos. El saber, habiendo estimulado e irritado nuestro apetito de poder, nos conducirá inexorablemente hacia nuestra perdición.
El gran error de Julio César fue no desconfiar de los suyos, de aquellos  que, observándolo de cerca, no podían admitir su ascendencia divina y rehusaron deificarlo. A pesar de su sagacidad, tenía simplezas. Ignoraba que nuestros íntimos son los peores enemigos de nuestra estatua.
Una sociedad que se estimara perfecta, debería poner de moda, o hacer obligatoria, la camisa de fuerza, pues el hombre sólo se mueve para hacer el mal.
Todo demócrata es un tirano de opereta.
El hombre prefiere pudrirse en el miedo antes que afronta la angustia de ser él mismo.
La meditación más elemental sobre el proceso histórico dentro del cual constituimos el término, revela que el cesarismo será el modo según el cual se cumplirá el sacrifico de nuestras libertades. Como el Imperio Romano, el imperio del futuro será forjado con la espada, y se establecerá con el concurso de todos, puesto que nuestros mismo terrores lo piden a gritos.
La unidad de Europa no se logrará, como piensan algunos, por acuerdo y deliberación, sino por medio de la violencia, según las leyes que rigen la constitución de los imperios.
No vengarse es encadenarse a la idea del perdón, es hundirse en ella, es tornarse impuro a causa del odio que se le ahoga a uno dentro.
Los caminos de la crueldad son diversos. Al sustituir la jungla, la conversación permite a nuestra bestialidad gastarse sin perjuicio inmediato para nuestros semejantes. Si, por el capricho de un poder maléfico, perdiéramos el uso de la palabra, nadie se encontraría ya a salvo.
El conocimiento arruina el amor: a medida que penetramos en nuestros  secretos detestamos a nuestros semejantes, precisamente porque se nos asemejan. Cuando ya no se tienen más ilusiones sobre uno mismo, no se tienen tampoco sobre los demás.
Es fácil hacer el mal. Todo el mundo lo consigue; asumirlo explícitamente, reconocer su inexorable realidad es, en cambio, una insólita hazaña. En la práctica, cualquiera puede rivalizar con el diablo; en teoría no ocurre lo mismo.
Aquellos pocos que tuvieron la indiscreción o la desgracia de sumergirse hasta las profundidades de su ser, saben a qué atenerse con respecto al hombre: no podrán ya amarlo, pues no se aman más a sí mismos, aunque están, a la vez – y éste es su castigo- más apegados a su yo que antes.
Sólo actuamos bajo la fascinación de lo imposible: esto significa que una sociedad incapaz de dar a luz una utopía y de abocarse a ella, está amenazada de esclerosis y de ruina.
Los inventores de utopías son moralistas que sólo perciben en nosotros desinterés, apetito de sacrificio, olvido de sí.
El hombre contará siempre con el advenimiento de la justicia; para que triunfe renunciará a la libertad, que después añorará. Haga lo que haga, el callejón sin salida acecha sus actos y sus pensamientos.
El revolucionario piensa que el cambio que él prepara será el último; lo mismo pensamos todos en la esfera de nuestras actividades: el último es la obsesión del ser vivo.
No hay paraíso más que en el fondo de nosotros mismos.

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