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En los últimos meses se ha hablado mucho de la Inteligencia Artificial, y casi siempre para presentárnosla como un peligro. Dicen que acabará con la mayoría de los puestos de trabajo. Dicen que es el ojo que todo lo ve y la mente que todo lo controla. Incluso que algún día tomará conciencia de sí misma y acabará por esclavizar a la humanidad. El futuro nos lo pintan oscuro. Pero, de momento, nos facilita el presente y nos ayuda a comprender nuestro pasado.
Digo esto porque, gracias a la IA se están pudiendo leer papiros que quedaron calcinados por la erupción del Vesubio y que destrozó las ciudades de Pompeya y Herculano, allá por el año 79 de nuestra era. Hasta hace poco, estos papiros, encontrados en Herculano, en la biblioteca de la casa de quien se supone que fue el suegro de Julio César, no eran más que troncos calcinados. Ahora, gracias a la labor de muchos investigadores y a la IA, se están pudiendo leer grandes fragmentos y se espera que en breve se descifren, no solo fragmentos, sino libros enteros.
El pasado mes de abril anunció el Consejo Nacional de Investigación italiana que, gracias a la lectura de uno de estos fragmentos, estamos a un paso de averiguar la ubicación exacta de la tumba de Platón, de la que solo se sabía, por lo que había dejado escrito Diógenes Laercio, que “fue sepultado en la Academia, donde había pasado la mayor parte del tiempo filosofando”.
Historia de la palabra academia
Y esto ya tiene interés específico para nuestra sección. La historia de la palabra “academia”, con mucho prestigio, una vieja historia y una larga lista de sinónimos. De hecho, el DEL propone como sinónimos de academia las palabras: corporación, institución, sociedad, agrupación; y también, colegio, escuela, instituto.
Pero esos sinónimos son hijos del tiempo y del uso. Hace cuatrocientos años, cuando Sebastián de Covarrubias la define en su Tesoro de la lengua castellana, de 1611, dice que “fue un lugar de recreación, y una floresta que distaba de Atenas mil pasos, dicha así de Academo Heroe, y por haber nacido en este lugar Platón y enseñado en él (…) hoy día la escuela o casa donde se juntan algunos buenos ingenios a conferir, toma este nombre y se las da a los concurrentes”.
Así, pues, el nombre academia viene de un héroe: Academo. Pero, ¿fue en verdad un héroe? Veamos qué sabemos de él.
Cuenta Plutarco en su Vidas paralelas, que Teseo, rey de Atenas, secuestró a Helena, hija de Zeus, y que la escondió en casa de su madre, que vivía en un pueblecito –Afidnas- a unos tres kilómetros de Atenas. Los hermanos de Helena, Cástor y Pólux, también conocidos como los Dioscuros, la buscan desesperadamente. Pueblo a pueblo. Casa a casa. Y así llegan a Afidnas, donde nadie suelta prenda, por temor a la ira del rey.
Entonces aparece un tal Academos, que ni el propio Plutarco se explica de dónde este buen señor sacó la información sobre el secreto que tan bien tenía Teseo guardado, y le descubrió a los Dioscuros el escondite de la muchacha. Cástor y Pólux entraron en casa de Teseo y, no sólo rescataron a Helena, sino que se llevaron a la madre de Teseo como esclava. Colocaron a un nuevo rey en el trono y talaron todos los bosques que circundaban la ciudad. ¿Todos? No. Respetaron el de Academos, que fue el modo en que los Dioscuros mostraron al chivato su agradecimiento.
Y desde entonces se conoció a aquella franja de árboles como los jardines de Academos.
Esa era la leyenda. Tan viva y tan asumida por el común de los griegos como si fuera sacada de un libro de historia natural. Tanto es así que, cuando Platón, allá por el 388 a.C., decide fundar su escuela de filosofía, eligió esos jardines para impartir sus enseñanzas, por lo que la tal escuela recibiría el nombre de Academia.
Desde entonces para acá, el nombre de “academia” como centro de enseñanza y del saber ha permanecido en la superficie de la historia como un pedazo de corcho que ningún avatar ha conseguido sumergir en el olvido.
La Academia, por excelencia, es en España la Real Academia de la lengua española, creada en Madrid en 1713, por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga (1650-1725), octavo marqués de Villena, quien fue también su primer director. Así, la voz académico, en el Autoridades de 1726 se refiere exclusivamente al que “pertenece a la Academia”, para luego ir abriendo el significado con más y más acepciones, hasta llegar a las nueve de la edición actual.
En 1951 se crea en México la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE), que reúne a las veintitrés academias de la lengua española repartida por todo el mundo.
Desde su origen platónico, y por más de dos mil años, ha estado esta palabra rodeada de un prestigio. Aunque algo está ocurriendo con ella desde el último cuarto del siglo XX hasta la actualidad. Da la sensación de haberse convertido en esa señora seria y encopetada de una vieja casa solariega a la que le malhumoran las novedades del día. Lo observamos ya en la acepción 4ª que el RAE pone en el Suplemento de 1947 como admitiendo en voz baja un defectillo menor: “obra de arte o artista que observa con rigor las normas clásicas”.
En este mismo Suplemento se registra por vez primera la palabra “academicismo”, que es la que se usa cuando se quiere decir que algo peca de rigidez, de encorsetado, incluso, de aburrido. De este modo, acusamos de academicismo a lo poco novedoso, a lo que suena ya escuchado mil veces, como, por ejemplo, los gorgoritos de los triunfitos, aunque esto, claro, aún no lo recoge el diccionario.
[Esta entrada forma parte de la sección Te Tomo la Palabra que cada sábado se emite en el programa Gente Corriente de Canal Extremadura Radio]