GAZIEL
MEDITACIONES EN EL DESIERTO, 1946-1953
Ediciones Destino, 2005
Traducción de Felipe Tobar
(A propósito de las «castas», palabra tan de moda en estos últimos meses, rescato algunas reflexiones escritas por Gaziel en un libro interesante, profundo, amargo, actual, que nos describe y nos descubre, con una prosa quizás algo pasada de moda, demasiado pulida y retórica para el lector de hoy en día -a mí, ay, me apasiona-, pero fresca y ágil, con los músculos en plena forma a pesar de sus tres cuartos de siglo)
Las castas medievales hispánicas, nunca muertas del todo, revigorizadas ahora, en pleno siglo XX, gracias a los vientos totalitarios, fanáticos como ellas, que hace algunos años empezaron a soplar con fuerza en Italia y Alemania. Para ellas no hay ni ha habido nunca justicia ni tribunal de Núremberg. Y así continúan, más cegadas por su soberbia que nunca, convencidas de que acabará estallando a nivel universal un nuevo cataclismo bélico aún más grave, que se llevará consigo los últimos restos de la aburrida democracia – y borrará así, de un plumazo, el Renacimiento, la Reforma, la Revolución francesa, todo cuanto haya hecho Europa que resulte insufrible para ellas.
Las castas de este tipo no terminan de marcharse nunca, si no es que las expulsan, porque un instinto seguro les dice que no pueden irse, porque fuera de España no tendrían materialmente adonde ir. No hay, pues, más remedio que arrancarlas igual que se arranca un parásito. Pero, ¿quién será el encargado de hacerlo?
Las castas dominantes lo son todo en España. Por debajo de ellas no hay más que un servilismo oportunista o un odio espeluznante, oculto pero inextinguible. ¿Qué puede salir de todo esto?
El carácter español, en grandísima medida, es una fuerte y extraña mezcla del visigodo, del árabe y del judío, refrita -como en una especie de encebollado- con una salsa negra y espesa, de fanatismo católico africano, ni por asomo europeo.
España es esencialmente antieuropea, políticamente hablando. España –que ya durante lo que llamamos Edad Media fue una pieza suelta, una excéntrica rueda en el engranaje de la cristiandad- siempre ha combatido, en los tiempos modernos, los principios fundamentales de Europa: racionalismo, cientificismo, técnica, libertad de pensamiento, libertad política.
Todo lo que desde la decadencia de los Austrias venía descomponiéndose y agonizando, en este país de una inmovilidad y una lentitud faraónicas; todos aquellos despojos de un pasado abolido en el resto del mundo, pero del que nuestros abuelos y padres todavía tuvieron que ir deshaciéndose durante el siglo XIX; todos los viejos trastos que ya parecían arrinconados para siempre han vuelto artificialmente a la vida gracias al triunfo peninsular de la antidemocracia, y lo dominan absolutamente todo.